(I)
La nave entró en el espacio y se dirigió a una constelación de estrellas.
Había navegado durante mucho tiempo a través del negro y vacío espacio.
Buscaba algo, quizás un rayo de luz, quizás la esperanza.
A bordo había dos cápsulas, silenciosas; dos cuerpos. Uno de hombre, otro de mujer. Ambos inmóviles, petrificados tras el cristal, hibernados.
La computadora de a bordo, gobernaba la nave y la dirigía hacia un objetivo en el Universo; quizás un nuevo habitar, un nuevo mundo para los humanos que la nave llevaba.
Ahora, por fin, después de tanto tiempo navegando, la nave se dirigía hacia un punto luminoso en medio de las tinieblas del Cosmos.
El scanner de la computadora había detectado una Galaxia a unos tres trillones de años luz del punto origen.
Durante cinco largo y silenciosos años terrestres, la pequeña nave cruzó el inacabable racimo de estrellas, y en aquella remota esquina de la galaxia, al fin, apareció encontrar lo que buscaba; detectó un planeta enorme, de parecidas dimensiones a aquel lejano y tan familiar Júpiter de la Vía Láctea.
Este, creo de tamaño similar a aquel, la diferencia era que éste se hallaba rodeado de 7 brillantes lunas como diamantes.
Era un planeta azulado; de un azulado turquesa.
El ordenador predecía un hábitat de componentes similares al del mundo del que procedían.
La nave entro como una flecha en la atmósfera del enigmático planeta y sondeó la superficie buscando un lugar adecuado para posarse.
La suavidad con la que la nave tomó contacto sobre la superficie del planeta, tan sólo era consecuencia de la alta tecnología alcanzada por la humanidad en el largo periplo de aprendizaje a través de corto, pero fructífero racimo de cientos de años.
Sólo flotó en la atmósfera que rodeaba al artefacto una tenue nubecilla de humo; luego el ligero ruido de los dispositivos de las entrañas de la nave se apagó, y todo quedó sumido en un absoluto silencio.
Transcurrieron unos minutos, y de pronto, un ruidito apagado se dejó escuchar, acto seguido, una pequeña escotilla de la nave se abrió, y por allí se deslizó un pequeño tentáculo, que no era más que una sonda de análisis.
La sonda auscultó la atmósfera y analizó los componentes del aire. Existía oxígeno abundante y en proporciones adecuadas para el ser humano. El terreno circundante estaba formado por una arena fina y suave, y la temperatura ambiente rondaba los 20º C.
Los tenues rayos de cinco soles lejanos, envolvían calidamente la superficie.
Las siete lunas ahora no tenía luz; tan sólo cuando llegara la noche después de 84 horas diurnas, éstas cobrarían brillantez y comprendían un paisaje hermosísimo; un cielo nocturno iluminado por siete discos plateados.
(II)
Pasadas unas cuantas horas interminables de arduas comprobaciones, el ordenador dio paso a una secuencia de instrucciones que permitieron descorrer los cerrojos de las cápsulas herméticas y liberar, en un complejo proceso, a los cuerpos del largo sueño.
(III)
Final
La pareja de hermanos despertó después de tanto tiempo en las crisálidas, y se fueron adaptando a una actividad casi normal.
Al cabo de dos días roberianos (168 horas), pues Roberia es el nombre con el que habían bautizado a este nuevo planeta; la pareja de humanos salió al exterior.
Un nuevo mundo aparecía ante ellos, como Adán y Eva caminaron juntos, y se miraron el uno al otro.
Un prometedor nuevo futuro les esperaba.
El éxito de la nueva colonia estaba asegurado.
FIN
Anvik Herr Red (c) Madrid, 1995
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