Hoy es domingo. Se produce en nosotros un despertar desmenuzante de los últimos corpúsculos negros de la noche. Salgo a la calle. Un manto amarillento cubre el suelo. Son las ultimas hojas desprendidas de los hermosos arboles otoñales. Un barniz de colores ocres cubre nuestro pequeño bosque.
Caminamos solemnes rindiendo un homenaje a la mañana, a la vida, nos movemos pensando en el advenimiento del invierno que se acerca ya. Hoy ya nieva en las montañas y el viento es altaneramente frío. El agüita inocente resbala bajando desde las fosas nasales hasta la comisura del labio, como catarata derramada. Sacamos un pañuelito de papel de un bolsillo olvidado. Este acto nos salva de momento.
Acudimos deprisa, como lobo solitario, en busca del café caliente, de las últimas noticias del día....
Caminamos solemnes rindiendo un homenaje a la mañana, a la vida, nos movemos pensando en el advenimiento del invierno que se acerca ya. Hoy ya nieva en las montañas y el viento es altaneramente frío. El agüita inocente resbala bajando desde las fosas nasales hasta la comisura del labio, como catarata derramada. Sacamos un pañuelito de papel de un bolsillo olvidado. Este acto nos salva de momento.
Acudimos deprisa, como lobo solitario, en busca del café caliente, de las últimas noticias del día....
Cruzamos raudos entre las gentes de nuestro barrio. Somos meros fantasmas desconocidos, recién vomitados de nuestra cueva eterna.
Escribimos unas frases en un intento de contar algo de nuestra miserable vida.
Regresamos para hacer algo de comida que nos entretenga el ánimo y nos disponga para la próxima jornada.
Vivimos, pero sin vivir en nosotros mismos. El amor está ausente y la caricia invernal se aproxima inexorable.
Vivimos, pero sin vivir en nosotros mismos. El amor está ausente y la caricia invernal se aproxima inexorable.
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Anvik HerrRed (c) Madrid, España. 21.11.2010
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