Atravesamos la medianía del mes de febrero de 2011. Este mes de buen tiempo, maravillosa primavera de invierno que pueden aprovechar aquellos que tienen la suerte de tener todo el tiempo libre de sus vidas, aquellos ausentes de obligaciones laborales, de las responsabilidades que nos trae la rutinaria vida diaria de nuestras miserables vidas. Lo peor de esta climatología inamovible es la concentración de dióxido de carbono en las grandes ciudades, como por ejemplo ésta de Madrid. La expulsión de los cientos de miles de coches que atraviesan la urbe todos los días, expulsan y contaminan la ciudad de tal manera, que se crea una especie de gran sombrero negruzco sobre los edificios y flota sobre las calles, provocando enfermedades bronquiales, asmáticas, etc., a miles de inocentes transeúntes cotidianos. Las soluciones a esta vorágine, a este caos incontrolable ya y sin solución aparente, son escasas y con nula o poca voluntad política de organizarlo. Para que una ciudad estuviese siempre limpia, tendrían que circular por ella únicamente coches dotados de una tecnología limpia, y eso por el momento es imposible mientras los fabricantes de coches sigan inundando sus productos consumidores de carburantes sucios. Por otro lado los costes de fabricación de las tecnologías limpias encarecen de tal forma el producto que su salida al mercado se hace complicada, sobre todo en países de poco poder adquisitivo. En fin, conformemonos en soñar con un futuro en que la ciudad esté completamente rellena de ensenadas y veredas repletas de bosques, que podamos utilizar la bicicleta o el simple paseo, ausentes de todo peligro y riesgo, respirando como si lo hiciéramos en la montaña lejana a las urbes hoy infectadas.
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Anvik Herr Red (c) Madrid, 10.02.2011
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