No tengo conciencia de cuando nací. Debió de ser en alguna oquedad oculta de este planeta. Muy probablemente a partir de un huevo, ya que mi madre debía de ser ovípara. Por tanto, no la conocí, y mucho menos a mi padre. Como podía saber que cuando salí de aquella molesta cáscara, que mis padres ya no existían. Seguramente fallecieron en lo más profundo del océano y sus restos fueron engullidos por miles de otros seres depredadores del mar.
Como podía saber que era el último espécimen de plesiosauro sobre el mundo. Ya no existían más de mi propia especie. Como podía saber que no podría jamás emparentarme con ninguna hembra, que no podría tener nunca descendencia, que cuando yo muriese ya no habría ningún plesiosauro nunca jamás sobre la tierra.
Nosotros, los plesiosasurios, que habíamos sobrevivido tantos milenios, que convivimos con tantos otros animales prehistóricos y que junto con las ballenas habíamos subsistido hasta los tiempos presentes, bien es de decirlo, a duras penas, junto a tantos animales de la ultima era, seres maravillosos como los calamares gigantes, como las mantas rayas, como los temibles tiburones y como los antidiluvianos caimanes y cocodrilos y tantas otras especies marinas supervivientes de otros tiempos mucho mas antiguos.
Nuestra alimentación básica consistió de plancton cuando navegábamos en el seno de los mares y de plantas acuáticas, sobre todo, de las más sabrosas, las que crecían en los fondos de los lagos internos de algunas masas de tierra que daban forma a los continentes.
A nuestra especie le gustaba desplazarse por los mares libres del mundo, pero a veces, regresaban a los lugares más mágicos, a esos lugares tranquilos, donde podían retozar a gusto y alimentarse de una forma sosegada. Esto había sucedido durante miles de años.
Claro que la configuración de la tierra había ido cambiando, pero en la memoria genética de nuestra especie aún habían quedado grabadas algunas de las ubicaciones de estos sitos, donde todavía se podía acudir para poder procrear.
Por lo que sobreviví como pude, en parte gracias a mis genes. El ansia de supervivencia me hizo aferrarme a todo lo que se presentaba ante mí. Probé a engullir algunas plantas acuáticas. Cuando pude nadar e ir un poco más lejos de la cueva, probé con el plancton y me gustó. Era el mismo alimento del que se alimentaban los grandes cetáceos. Esas ballenas que eran mucho más grandes de lo que yo sería cuando creciera y lograra alcanzar una etapa adulta.
Pasó el tiempo, y un día sentí la necesidad de viajar y llegar a ese lugar mágico, el lugar que mis padres me habían infundido en mi memoria genética. Un lugar precioso, un sitio donde mis ancestros visitaron por lo menos una vez en su vida y donde se habían sentido a salvo de los peligros del océano.
Si, tengo que confesar que estuve allí en varias ocasiones de mi vida. Supe enseguida, desde la primera vez, que debía andar con mucho cuidado. Sabía que mis padres encontraron que el lugar ya no les pertenecía.
Existían otros seres que dominaban el lago. Mis padres vieron barcos de hombres navegando por las aguas. También detectaron movimiento en las orillas. Supieron que existían otros habitantes y que estos marcaban ya el punto y final a tantos milenios de existencia para nuestra especie.
Mis padres no eran tontos. Eran seres milenarios, y la memoria genética era ya muy intensa. Supieron enseguida que su tiempo había terminado ya.
De todas formas acudí también allí. Era mi misión. Mi intuición me llevó a visitar el lugar, el sito donde mis ancestros habían estado durante miles de años. Encontré el pasadizo y este me adentró en el gran lago. Sus aguas eran oscuras, sus fondos estaban llenos de cieno. Anduve con mucho cuidado.
No eran un lugar donde podría alimentarme durante mucho tiempo. Era un lago prehistórico, seguramente no quedaban muchos más sobre el planeta., pero, de todas formas, era el lugar que mis antepasados habían visitado siempre, donde mi especie había procreado.
Busqué como pude las plantas con las que poder alimentarme durante algún tiempo. No sé porque permanecí en aquel lugar por espacio tan prolongado. Tal vez, esperaba con una cierta ansiedad, la llegada de alguna hembra, como había sido por tiempos inmemoriales habitual, y con la que poder copular, pero esto nunca sucedió.
Como podía saber yo que ya no quedaba nadie más de mi propia especie. Que con mis padres yo era el único espécimen que quedaba sobre todo el planeta tierra.
Nadé durante algún tiempo sobre el lago. Aproveché la noche y las horas intempestivas, donde los hombres no solían aparecer por las orillas, ni era usual la navegación con sus barcos.
Sabía como ocultarme, sabía como pasar inadvertido a otras especies vivientes. Esto lo llevaba conmigo, oculto en lo más interno de mi alma y gracias a mis ancestros que me lo habían transmitido.
Sabía que los hombres ahora dominaban la tierra y también les había visto navegar por los mares. Había observado las embarcaciones de todos los tipos y tamaños. Conocía muy bien como evitarlos, como pasar desaparcebido en todo momento.
Mis padres me habían transmitido que jamás debía mostrar mi presencia frente a estos seres. Mis padres tenían múltiples experiencias con los hombres, pero casi todas habían consistido en observaciones y ellos jamás se habían mostrado, por lo que casi siempre habían pasado desapercibidos.
Sé que mi memoria genética me dice cosas, como por ejemplo, que en algunas ocasiones, cuando éramos muchos más nadando en el mar, mi especie no había podido evitar a lo largo de la historia, algunos encuentros fortuitos con los hombres.
Hubo un tiempo en que algún encuentro no pudo ser evitado. En aquellos remotos tiempos, pero mucho después de la era prehistórica, navegaban por los mares veloces barcos, dotados de un diseño impresionante, que nuestra especie no había visto jamás en todos los mares de la tierra. Eran barcos de forma alargada dotados de mástil con vela y varios remos. La fuerza de los hombres suplía los momentos de la ausencia de viento. Eran embarcaciones construidas a partir de la madera, muy bellas. Nuestros ancestros plesiosasurios estaban fascinados ante tales navíos. En algunas ocasiones no pudieron abstraerse a acercarse más y nadar al lado de tales obras maestras de los hombres.
Y eso les perdió. Una vez un hombre, un vikingo de nombre Thor, les lanzó un gran arpón que hirió de muerte a Jonás, un macho líder de la gran manada. El gran macho al sentirse herido sacó el cuello sobre el agua y observó muy de cerca al hombre que le había herido.
Era este, un ser humano enorme, provisto una gran melena que colgaba sobre sus amplios hombros y de una gran barba de color pelirrojo. Portaba sobre su cabeza un yelmo y su cuerpo se cubría de algunas pieles. Era un impresionante vikingo, que en ese instante se encontraba sumido en un inmenso trance de fascinación ante la visión de nuestro ancestro plesiosauro.
Luego, pasado ese instante, Jonás se volvió a sumergir evitando cualquier otro contacto con aquel hombre, y rápidamente desapareció, adentrándose en lo más profundo del mar, y finalmente dejándose depositar lentamente sobre el fondo marino para exhalar allí su último suspiro.
Muy pocos fueron los encuentros de mi especie con los hombres. Esta fue una de ellas. Aquellos hombres. Aquellos valientes aventureros de los mares del norte notaron nuestra presencia. Su fascinación fue en aumento. Alumbraron historias que fueron pasando de padres a hijos, de abuelos a nietos…
Grandes fueron las gestas de estos hombres a costa de nuestra herbívora e inofensiva especie, entonces ya en aquellos años al borde de la extinción.
Estos vikingos, grandes artesanos de la madera, grandes ingenieros navales, en honor a nuestros antepasados, construyeron proas a imagen nuestra. Esas proas épicas, esas preciosas obras de arte que fueron testigos de tantas aventuras, de tantas heroicidades por aquellos valientes.
Nuestra especie siempre navegó con ellos, siempre estuvo a su lado, casi siempre sin que ellos lo supieran. Sus proas eran el símbolo de Jonás, de aquel líder muerto por uno de los dioses de aquellos hombres.
Por eso nadábamos a su lado, algunas yardas por debajo de sus quillas, pero animándoles con nuestros espíritus, acompañándoles con nuestra fuerza, porque ellos eran la encarnación de nuestro ancestral líder.
Sus proas eran sin ninguna duda, la representación de nuestro glorioso antepasado. Por eso seguíamos a los drakkar. Les acompañábamos. A veces cuando los guerreros vikingos se adentraban en desconocidos mares de bruma, asomababamos brevemente nuestros cuellos por encima del agua.
Al instante, una inmensa algarabía se dejaba oír sobre las húmedas maderas de las embarcaciones. Los vikingos entonaban cánticos que seguramente dedicaban al gran dios del universo Odín y a su hijo, el dios Thor, con la fe puesta en sus corazones de que les infundiera protección y les condujera a un cierto destino.
La visión por aquellos hombres de los cuellos y cabezas de nuestros ancestros no solo les infundió la fuerza necesaria para realzar su espíritu y su fe vikinga, sino también para demostrar al mundo la destreza de su arte con la madera, con la piedra, la consagración de sus costumbres, y sobre todo su desafío a la naturaleza en una increíble demostración de gran tesón en el arte de la supervivencia.
Nuestros ancestros plesiosasurios que en aquellos remotos tiempos visitaron en múltiples ocasiones los mares del norte, fueron enteramente felices. Familias enteras pudieron retozar con toda la tranquilidad a salvo de otros grandes depredadores de los tiempos prehistóricos. En aquellos mares muy cercanos al Polo Norte Ártico, en el seno de los inmensos mares helados encontraron la felicidad. Y mucho más cuando encontraron los lagos tierra dentro a semejanza del ultimo, el Ness.
Esos lagos fueron remanso de paz y felicidad para familias enteras de plesiosasurios. Entonces no había hombres en las orillas, ni luces, ni cámaras fotográficas. Nuestras familias eran los grandes dueños de esos grandes lagos. Los lagos de aguas oscuras. Los lagos de fondos fangosos. Allí nuestros ancestros eran los únicos dueños y señores, allí nuestros antepasados encontraron la felicidad. Allí la especie procreó y repobló durante algunos años los mares de la tierra.
A la pregunta que probablemente se hacen ustedes ahora de porque yo soy el último de nuestra especie es difícil responder. No se debe en absoluto al hombre, desconocedor en los tiempos actuales, siempre de nuestra presencia, tan solo intuyéndonos a través de leyendas antiguas y dedicado en el presente, exclusivamente, a la caza de ballenas, cetáceos de alguna forma parientes nuestros, más próximos, y que en mayor numero se han dejado claramente avistar por las embarcaciones de los hombres, o desde las orillas de la tierra. Ballenas que también están a punto de la extinción.
Por circunstancias milenarias, a nuestra especie siempre le había gustado desplazarse algunas temporadas, dentro de su existencia, a los mares del norte.
Allí, nuestros ancestros encontraban la tranquilidad idónea para retozar y procrear. Estos hábitos se habían transmitido a las crías durante miles de años. Esto se había transmitido hasta llegar a mí, el último de nuestra prehistórica estirpe.
Recuerdo que permanecí en el lago de las aguas oscuras durante bastante tiempo. Observé en algunas ocasiones barcos que navegaban el lago. Observé fascinado durante la noche las luces que brillaban en las orillas. Me quedé absorto durante durante las claras horas del día con los hombres que fotografiaban incesantemente el lago, y me divertí maravillosamente al evitar que impregnaran mi imagen en sus máquinas.
Yo era el último, y no me gustaba en absoluto que los hombres tuvieran alguna fotografía de mi ser. Muy posiblemente esto también fue transmitido por mis padres, que fueron muy cuidadosos evitando a los seres terrestres, a los hombres, a los que conocían muy bien debido a las experiencias de los antepasados.
Supe de que los hombres, contrariados por no haber podido obtener ninguna imagen fotográfica, y ninguna otra prueba de mi existencia, se lanzaron a un montón de empresas sin sentido, y tan solo con el objetivo, mas que reprobable, de obtener recompensas materiales a costa de mi ser.
Me llegué incluso a enterar de que alguien, un tal Christian Spurling, en 1993 confesó que quiso emularme, haciendo un montaje con una cabeza y un cuello hechos de plástico y madera de no más de un pie de alto y sujetados a un submarino de juguete. Incluso habían plasmado mis huellas en la orilla por medio de un cenicero con forma de huella de hipopótamo.[1]
Estas cosas insertaban un paréntesis a mi pobre existencia poniendo un aderezo divertido a ciertos momentos.
Si bien, existieron otros, que por mis notables descuidos involuntarios, permitieron que en efecto me lograran realmente fotografiar. Esto no lo pude evitar porque tampoco permanecí durante esos años en el lago como un fantasma, sino que era un ser de carne y hueso. Un ser viviente, aunque muchos me calificaran de “monstruo marino”.
Por tanto, en 1976, lograron finalmente plasmarme en una fotografía en Rosemullion, muy cerca de Falmouth en Cornwall[2].
Este fue un descuido del que nunca logré zafarme y que me humilló notablemente, y mucho más cuando mis intenciones fueron siempre pasar totalmente desapercibido para la humanidad, y no porque yo lo quisiera, sino porque mis genes así se encontraba fielmente grabado por mis ancestros que debido a la fatal experiencia del gran lider “Jonas” nunca más habían querido tener contacto con ningún ser terrestre.
Aunque es preciso decir que durante muchos años mis antepasados se dedicaron a seguir ciegamente a las embarcaciones con la proa tallada, como si se tratase del mismo Jonás, y aunque acompañaron durante esos años a los valientes vikingos, jamás hicieron gala de ostentación desvelando su presencia, pues la manada seguía a las embarcaciones de los drakkars, a varias yardas de distancia y por debajo del mar, eso sí, infundiendo siempre su espíritu, alabando al antiguo líder, pues en esas construcciones navales se encontraba siempre para ellos el gran Jonás, el gran plesiosauro que una vez les había conducido a toda la enorme manada a aguas felices, a las aguas de los mares del norte, y que había fallecido a manos de un vikingo, vinculándose así las dos especies, la humana y la de los telúricos saurios.
Por todo esto nuestra especie demostraria su fidelidad a los vikingos por toda la eternidad acompañando todas las expediciones de vikingos que se lanzaran a la notable osadía de surcar los profundos y desconocidos océanos.
El espíritu de mis ancestros plesiosasurios se encontraba de esta forma eternamente unido al alma de los aventureros y heroicos vikingos. Ambos navegarían siempre unidos por el espíritu de los dioses.
Siendo conocedor del hecho de que algunos hombres habían logrado plasmar mi imagen sobre las aguas, decidí que esto no debía importarme en absoluto. Permanecí totalmente al margen de estos acontecimientos. Eso sí, disfrutando a tope y porque no decirlo sintiéndome entretenido y divertido al mismo tiempo. Eso me hacia feliz y al mismo tiempo olvidaba las sacudidas desde mi sistema biológico que me lanzaba de vez en cuando, advirtiéndome con este tipo de señales de que mi misión aquí era procrear. Pero con quien iba a hacerlo si ya no quedaba nadie más de mi raza.
Pasado un tiempo abandoné el lago mágico y sus alrededores y retorné al mar.
No quiero cansarles al contar las enormes vicisitudes por las que a partir de ese instante atravesó mi existencia. Navegue por todos los mares de la tierra. Ya sabía en lo más intimo de mi ser que no encontraría ningún otro congénere, porque desde que nací nuestra especie es sabedora al instante de su destino. Dedicado a obtener toda la sabiduría que me proporcionaban las fosas abismales, los grandes mares de la tierra, las visiones con animales marinos de todas las especies, comparándolas y recordando a través de mi memoria genética cuando mi especie cohabitaba en los prehistóricos océanos, con especies que jamás el hombre pudiera imaginar.
No dejaba de reflexionar y filosofar al respecto.
Mi existencia sobre los mares pasó de una manera triste y diáfana. Por otra parte, bien es cierto atravesé por ciertas aventuras, pero pienso que no es el momento ni el lugar aquí precisamente para relatarlas, bien porque son banales y porque no se ajustan en absoluto con la línea que estoy tratando de trazar al construir este relato.
Llego, por tanto, al momento en que ya sólo y abandonado a mi triste suerte, conocedor en lo mas profundo de mi interior, de que no tendría ya nunca ninguna posibilidad de procreación, me dejé arrastrar por las corrientes marítimas que atraviesan y conectan los diferentes mares de la tierra, sin rumbo definido, me fui abandonando paulatinamente, sumido en una infinita tristeza y una herida sangrante sin remedio se fue apoderando de mi alma y de mi espíritu, y así poco a poco se fue desvelando mi fatídico destino.
En el instante de mi muerte supe que mi linaje no tendría ya jamás más futuro en la historia de este planeta, en la historia del universo entero. Mi linaje durante tantos siglos… ese linaje que había conocido el despertar de la tierra, las múltiples formas de vida que habían surgido, el esplendor de las especies marinas y terrestres… mi viejo linaje… el linaje que convivió con aquellos valientes vikingos, los únicos que se atrevieron a surcar las frías aguas de los mares del norte, aquellos que poblaron las orillas de los lagos de las oscuras aguas, donde mis ancestros gustaban de visitar una vez en su vida para procrear….
Ya solo os puedo contar que mis fuerzas fueron flaqueando, que ya mi cuerpo y mi espíritu se dejaron abandonar y que así fallecí yo, así acabó la vida y la existencia del último plesiosauro, de Nessie.
Si queréis saber algo más de mi muerte os contaré que el 25 de abril de 1977, el carguero japonés Zuiyo Maru, encontró mis pobres restos, convertidos ya en un terrible despojo, a 50 km . de Crishchurch en Nueva Zelanda[3].
Ese fue mi terrible final y unos pobres y miserables despojos, del ultimo espécimen perteneciente a un amplísimo linaje durante siglos, finalmente en manos de los hombres, quizás como un ultimo tributo de mis ancestros a aquellos viejos vikingos, que fueron testigos de nuestra presencia sobre las gélidas aguas de los mares del norte; aguas que impregnaron de felicidad a los miembros de mis especie en aquellos lejanos tiempos.
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Olat, Madrid, Spain (10.11.11)