El hombre es hombre en cuanto es un ser sometido a sufrimiento, y éste le lleva a digerir todo tipo de sensaciones materiales y físicas como es el dolor y toda la gama emanada de las interrelaciones entre sus congéneres y la propia naturaleza, es decir, el entorno en donde nace, vive y muere. Es un ser sensible y receptor, sometido a todos los avatares de este universo, dentro de la parcela que le ha sido asignada.
Cada ser humano es una especie de “rubí”, es un ser excepcional, irremplazable e irrepetible en sus experiencias vitales y como ser único, al igual que todos los otros seres vivientes y fenómenos producidos en tiempos pasados, presentes y futuros.
Cada ser pertenece únicamente a su medio, al sistema en que se ha engrendado y totalmente dependiente del tipo de ecosistema planetario.
El ser humano tiene algo que no poseen los animales, y es su consciencia. Mientras que otros seres viven su rutina vital sin pararse a pensar, el hombre puede y es capaz de hacerlo. Esto le permite tener y alcanzar los grados de consciencia suficientes para intentar comprenderse a sí mismo y el propio universo que le rodea.
Una evolución de esa “consciencia” quizás transformará el hombre en otro ser, en una especie de máquina, dotado con una capacidad tremenda de digerir más datos, más información que le permitan la rápida comprensión de todas las cosas que le rodean. Un cerebro más cibernético, más acorde a los comportamientos informáticos de los ordenadores que el mismo ha creado.
Pero el inconveniente de esta evolución será un ser más frío, ausente de sensibilidad, y por tanto, de los sentimientos de sus antecesores. Es el final del homo sapiens, ahora nace el hombre cibernético.
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Ánvik Herr Red © Madrid, 20 de mayo de 2011
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